viernes, 8 de abril de 2016

Revolución fallida.



Ya escuché eso de que nunca
os debéis enamorar de un poeta
porque siempre hacemos daño
o solemos cambiar de musa cada año.

Perdón, 
no quería hablar en plural.

Estoy confuso.
Estoy tan confuso 
que no se lo creen 
ni los demonios de mi espalda
que combaten contra
los ángeles de mi pecho.

Me escondo entre labios.
Me escondo entre columnas.
Me escondo entre escombros.
Me escondo entre palabras.

Porque escribo en formato tinta,
sobre todo los domingos, como este,
por la tarde, como esta
cuando siento nostalgia, como ahora.

Y al día siguiente,
tú, ilusa de la vida,
te pensaste que era casualidad.
Pero no.
Que fuera lunes
y el cielo estuviera gris
no era pura coincidencia.

Me dijiste que te ayudara
a crear tu propia revolución
que no estabas conforme
con los uniformes.

Porque yo era de los que llevaba maletín sin traje.

Tenías todo planeado.
Querías que el color diferente
fuera sobre todo el morado.

También querías crear una sociedad
en la que ver a un hombre con falda
no se nos viniera a la cabeza un escocés.

Y entonces te hice entrar en razón.

Tú sola llegaste a la conclusión
de que la mentira es necesaria
pero la verdad imprescindible.

Todo esto me lo contaste
sin ningún tipo de contraste,
sin ningún tipo de prejuicio,
porque no te conocía de algo,
te conocía de todo.

Tu concepto de amor y revolución
se unieron a la fiesta
de los términos inseparables y necesarios.

Para tí,
cuando hablabas de uno 
el otro venía incluido,
porque para mí no.

Respeto es lo que me pediste.
Pero respecto al respeto
tú no podías hablar de ello
aunque te pusieras triste
aunque te pusieras enamorada
aunque te pusieras.

Tú sola jamás podrías 
crear tu propia revolución.



No hay comentarios:

Publicar un comentario