mirarnos fijamente a los ojos,
recostados entre libros de Alejandría,
sin despojarnos súbitamente,
emitiendo deshojos que nadie iba a poder parar.
Porque quedan menos salvavidas
y yo con mis manos intento reconstruir
lo que un día fueron, que ya no son
sonrisas que devuelvan vidas.
Como un músico que toca entre cascos antiguos
y devuelve alegría a una ciudad
que se quedó sin bondad
de poetas enamorados de su afán por escribir
desinteresadamente estoicas historias aún sin exprimir.
Y se acabaron los salvavidas,
las ganas, las risas y hasta las miradas.
Y empezaron la suerte,
los lloros, sollozos y por poco la muerte.
De la que no nos pudisteis salvar.
Porque nos quitasteis mucho,
y ojalá fueran solo los salvavidas
porque os pusisteis a prometer
que volveríais a salvarnos
después de todo.
Decidnos ahora,
el quién y el cuándo
del cómo nos vais a salvar
si de vosotros no nos quedan ni esperanzas
de que algún día cumpláis lo prometido.
Decidnos ahora, que hicimos bien en no creeros
ni en lo más profundo de la vanidad
del fuego rojo de los continentes.
Decidnos de vosotros, ahora,
que desafinasteis promesas
que os quedasteis sin cumplir.
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